Crónica de la Salida Cultural del 08-01-2022 (San Luis de los Franceses y Convento de Santa Paula)
Esta cuarta visita cultural del presente curso se inició frente a la portada de la Iglesia de San Luis con una breve disertación de nuestro guía Manu, para indicarnos las pautas compositivas de dicha fachada, con sus peculiares dos torres de planta ochavada y escasa altura, y para enmarcar en su contexto histórico y artístico el edificio en el que entraríamos, considerado la obra cumbre del barroco sevillano, construido con frente a lo que en su época se denominó calle Real, entre los años 1699 y 1731. Su arquitecto fue Leonardo de Figueroa que lo diseñó siguiendo las trazas impuestas por los jesuitas con su característica y novedosa planta en forma de cruz griega. El templo formaba parte de un extenso complejo edificatorio destinado a noviciado de la orden jesuita y construido sobre los restos del palacio de los Enríquez de Ribera, que fue cedido por Dª Luisa de Medina, la cual impuso la advocación del noviciado al santo rey francés titular de su onomástica.
Tras estas explicaciones pasamos al interior del edificio con una primera parada en el atrio del templo donde contemplamos la portada de mármol que da acceso al mismo y las dos estatuas de los dos reyes santos hispanos, San Fernando y San Hermenegildo, colocadas a izquierda y derecha, en sendas hornacinas.
Por fin accedimos al interior del templo, hoy desacralizado, donde el guía nos informó de la autoría de los retablos (Pedro Duque Cornejo y Juan de Hinestrosa) y de las pinturas murales Domingo Martínez y Lucas Valdés). A continuación hicimos un recorrido perimetral visitando los siete altares con sus correspondientes retablos, todos ellos enmarcados por columnas salomónicas. El retablo mayor está presidido por un óleo de San Luis, el resto está cada uno dedicado a un santo de especial devoción para los jesuitas: San Francisco de Borja y San Estanislao de Kostka, en los brazos derecho e izquierdo, y San Ignacio de Loyola, San Luis Gonzaga, San Juan Francisco Regis y San Francisco Javier, en los chaflanes. En todos ellos pudimos observar la profusión de reliquias y la abigarrada decoración típica de la retablística barroca. A los pies del templo, sobre la tribuna, destaca la pintura de la bóveda que representa la apoteosis de San Ignacio. La bóveda central, pintada al fresco con elementos arquitectónicos, se ilumina con ocho ventanales en su tambor, entre los que se disponen las figuras esculpidas de los santos fundadores de otras tantas órdenes religiosas, en una franja superior, se representan esculpidas las figuras de ocho virtudes cristianas, de las que arrancan pilastras fingidas que rematan en la linterna central.
Desde el templo pasamos a la sacristía, hoy bastante desnuda del profuso mobiliario que tuvo en su día, y donde como detalle curioso se mantienen los ganchos de los que colgaba el crucificado que hoy en día procesiona en Semana Santa con la hermandad del Cerro del Águila, gracias a la cesión que del mismo ha hecho la Diputación Provincial, propietaria del edificio y de sus bienes muebles.
El siguiente ámbito visitado fue la denominada capilla doméstica, que data de 1712 y por tanto es anterior a la iglesia pública antes descrita. Esta capilla que, por su decoración, se aprecia que está dedicada a la Virgen María, se levantó aprovechando los muros del salón principal del palacio de los Enríquez de Ribera. Con las últimas obras de rehabilitación se han dejado a la vista, sobre la puerta de acceso, interesantes celosías mudéjares del palacio original. En la capilla destacan las pinturas de las bóvedas de la nave y de la sacristía, obras de Domingo Martínez, y de la bóveda del presbiterio, de Lucas Valdés. Asimismo son dignas de mención las pinturas anónimas sobre cobre con escenas de la vida de la Virgen y los lienzos con los rostros de los apóstoles que cuelgan de los muros de la nave, aparte de numerosos relicarios dispuestos entre los cuadros.
De la capilla doméstica pasamos a la cripta de la iglesia principal, ámbito recuperado como visitable y que hasta la rehabilitación integral del conjunto edificatorio estuvo ocupado por enterramientos y rellenos de escombros. En su ámbito pueden verse restos de las cimentaciones del palacio original. Allí nuestro guía nos expuso los avatares sufridos por el noviciado jesuita que a los pocos años de terminarse de construir fue desalojado al ordenar el rey Carlos III la expulsión de España de esta orden religiosa, tras ello fue ocupado por los franciscanos del convento de San Diego que a su vez fueron desalojados con la invasión francesa de 1808; una vez expulsados los franceses los jesuitas volvieron a ocuparlo pero en 1835, con la desamortización de Mendizábal, se produjo la expulsión definitiva. A partir de ese momento, el recinto acoge diversos usos civiles, siendo el de mayor duración el de hospicio provincial.
Como colofón del recorrido, visitamos uno de los patios en donde, entre una abigarrada vegetación, están depositados restos arqueológicos hallados durante las obras de rehabilitación y entre los que destacan por su número los recipientes cerámicos que servían de aislamiento de la humedad en los suelos y de relleno aligerante en los riñones de las bóvedas.
Después de más de una hora de instructiva visita y con un agradable sol en el cielo, marchamos hacia el cercano convento de Santa Paula.
En su patio de acceso, Manu nos explicó, brevemente por las prisas impuestas por la hermana portera, que estábamos en un monasterio de clausura monástica de monjas jerónimas fundado a finales del siglo XV. Desde ese patio y subiendo una coqueta escalera accedimos a las salas del museo, único instalado en una clausura sevillana, allí nos abrió las puertas la amable Sor Bernarda encantada de que en la comitiva fuera un bebé a la que ella le cambió el sexo al parecerle “una niña muy bonita”.
En el museo, una de cuyas salas está habilitada en lo que fue el coro alto de la iglesia, se expone un interesante conjunto de obras pictóricas y escultóricas donde llama la atención un Belén barroco y un crucificado realizado con pasta azteca, aparte de óleos destacables con la imagen de San Jerónimo, fundador de la orden.
De vueltas al patio algunos asistentes hicieron acopio de manjares conventuales, siendo los más solicitados las mermeladas y las bolitas de coco bañada en chocolate.
Con las bolsitas bajo el brazo salimos a la placita de acceso al convento y volvimos a entrar al recinto por otra puerta al compás que antecede a la Iglesia. En ese espacio y sin la presencia de la hermana portera, Manu pudo terminar la disertación sobre la fundación del convento y nos explicó la maravilla cerámica de la portada de la iglesia, obra de Niculoso Pisano, italiano de nacimiento y trianero de adopción que fue el introductor en España el arte del azulejo vidriado plano.
Una vez en el interior de la iglesia pudimos admirar el artesonado de madera de su única nave y la bóveda gótica del altar mayor, decorada posteriormente con pinturas al fresco. Dignos de mención son los zócalos de azulejos que revisten las paredes y los dos retablos con esculturas de Martínez Montañés. A los pies de la nave y tras celosías de madera se encuentran los dos coros, el de verano en planta baja y el de invierno en planta alta, que las monjitas, por muy de clausura que sean, intentan sobrellevar lo mejor posible al clima sevillano. Destaca por su tamaño un fresco dedicado a San Cristóbal, aquí Manu nos narró la historia y la leyenda en torno al santo gigantón que usaba como bastón el tronco de una palmera y es patrón de los transportistas por dedicarse a facilitar cruce de un río cogiendo en brazos a las personas, para lo que a él le bastaba para no mojarse las vestiduras con subírselas solo hasta las rodillas.
Con ello y después de más de dos horas de instructivo recorrido, finalizó la visita tras la que los asistentes se marcharon a la busca de un merecido aperitivo y pensando en la merienda con dulces de convento, dejando para el día siguiente los buenos propósitos alimenticios post-navideños.
Fotos del Evento