Un Retiro de Santos en Pedroso de Acim, uno de esos "desvíos jacobeos" que el peregrino no debería perderse.
Todos los hombres buenos e inteligentes llegan a un momento de su camino en que se sienten cansados de la rutina en que se convierte la vida; gastados en mil luchas por la humanidad de la sociedad en que viven, buscan otra manera de servir a Dios y a los hombres.
Unas veces son los hombres los que eligen los sitios, aunque otras parece que las personas son escogidas por lugares muy especiales para dejar una estela que seguirán miles de personas a lo largo de muchos siglos…
“En el lugar del Pedroso, en veinte dos días del mes de mayo del año del Señor de mil quinientos y cincuenta y siete, el señor Rodrigo de Chaves, que había edificado una casa y cerrado un pedazo de tierra para huerta en la dehesa del Berrrocal, junto a la fuente del Palancar, dijo que le concedía a Fray Pedro de Alcántara, que ganó un breve apostólico para pasar a la oración y contemplación viviendo vida eremítica, la dicha casa y huerta para que more en ella por todos los días de su vida…”
La escritura de donación no puede ser mas explícita: a partir de 1557, Fray Pedro de Alcántara viviría durante unos años en este lugar. Hijo de nobles y estudiante brillante de la Universidad de Salamanca toma el hábito a los 16 años y dedica buena parte de su vida a recorrer descalzo los caminos de Extremadura y Portugal principalmente.
Amigo de Santa Teresa de Jesús y de la aristocracia del momento, ocupa los principales cargos dentro del Movimiento Descalzo Franciscano. Fundó algunos conventos; de los mas famosos junto con este del Palancar, también es el que hizo en Arenas de San Pedro, donde quiso ser enterrado.
A la edad de 58 años decide retirarse a este precioso rincón de la Sierra de Pedroso de Acim.
Buscándose a sí mismo; reinventándose como tantas veces en su vida, se aleja del frenético mundo que le tocó vivir para darnos un ejemplo que todavía resuena en la cultura de Extremadura y en toda España.
Recogiendo las esencias del pensamiento franciscano iniciadas por Fray Juan de Guadalupe a finales del Siglo XV, recreo un espacio acorde con el lema: todo para el espíritu y lo mínimo para el cuerpo. Sus sucesores arroparían con otras construcciones el convento primitivo, queriendo que quedase este testimonio para conocimiento de las generaciones venideras.
Los poco mas de 70 metros cuadrados de suelo y sus dos plantas dan para nueve habitaciones, cocina, comedor, almacén y un encanto de claustro interior.
Parece imposible, pero cuando vas recorriendo cada una de las estancias, empiezas a comprender la sencillez, funcionalidad y sobre todo, el pensamiento de los hombres que construyeron con sus propias manos gruesas paredes de piedra y barro; techos de jaras y tierra y un sencillo entramado de maderas tocas que revisten huecos y estructuras.
El claustro interior tiene un metro de ancho en el cuadro central. Es un modelo que habitualmente vemos en una escala que triplica lo que aquí contemplamos.
Recias maderas toscamente trabajadas sostienen la estructura del piso superior que tiende a cerrarse hasta dejar una estrecha claraboya en el tejado.
Como los grandes claustros de grandes monumentos, es un lugar lleno de sensaciones y emociones.
El sentido del humor de Fray José hace muy amena la visita a la par que nos ayuda a comprender el trance de la estoica existencia de los primeros frailes.
Cuenta que a Pedro de Alcántara vino con su amigo Fray Miguel y construyeron dos habitaciones y una pequeña capilla. Al poco les siguieron un grupo reducido de hombres que como ellos, querían vivir al modo de San Francisco de Asís: pobreza, retiro, trabajo manual, oración y apostolado.
Nos dice que combatían el frío con mas frío, que ellos siempre eran los últimos y entre todos Fray Pedro de Alcántara mostró un ejemplo que no quiso para ningún otro; era como quemarse en un fuego que calentará a los demás.
Su celda ocupaba el hueco de la escalera, era tan pequeña que no podía ponerse de pie ni tumbarse. No había cama, solo una piedra donde se sentaba a domir las pocas horas que lo hacía. No hay otra igual en todo el convento.
Cuando tenía frío se desnudaba y abría la pequeña ventana para que entrara el fresco. Cuando ya todo el cuerpo tiritaba volvía a ponerse el sallo, cerraba la ventana y dormía plácidamente.
Para los demás frailes reservaba estancias que no llegaban a los dos metros por poco mas de metro y medio. Un tablón corrido en la pared sobre el que dormían era el único mobiliario ya que nada tenían que guardar.
La cocina seguía el mismo arquetipo; cuadrada de dos metros y con una chimenea en la esquina frente a la puerta, bueno, debería decir al hueco, ya que en ninguna parte había puertas ni ventanas. Los pocos cacharros de cocinar cuelgan de la pared donde también hay un hueco por el que cogían agua de un aljibe-manantial que hoy está cegado.
Sales de la cocina y enfrente está el refectorio que también hace de Sala Capitular y de Capilla. Es la estancia mas grande; tiene tres por dos con dos bancos de piedra rematados con lanchas de pizarra y corridos en los lados largos.
También tiene la ventana mas grande por lo que es la habitación mas iluminada del conjunto. Hay un hueco rematado con un arco donde probablemente estaría situado el altar. Servía de comedor sin mesa, de lugar de reunión, de oración en común…
En una de las esquinas podemos ver un pequeño templete dedicado al Fray Pedro. Decora las paredes y bóvedas un colorido mosaico que recrea figuras en torno a al Santo. Es de reciente construcción y contrasta con el resto.
Pero el Convento del Palancar es un Convento dentro de otro Convento.
Así los frailes, siglos después, ante la gran afluencia de peregrinos y el reconocimiento institucional que de la figura y obra de Fray Pedro de Alcántara hacía la iglesia al ser beatificado por el papa Gregorio XV en 1622 y canonizado por Clemente IX en 1669. Tanto la iglesia con el Claustro y los espacios intermedios son de una robustez excesiva.
La iglesia es una nave de un solo cuerpo rematado con bóveda de cañón. Es grande aunque muy sencilla en forma y decoración. La paredes están a piedra vista, y en el techo podemos observar las geométricas formas de los ladrillos cerrando la estructura.
El claustro nuevo es otra joya que por sí sola merecería una visita a este lugar. Sus arcos cierran un espacio bellamente decorado.
Las plantas abundan llevando tonalidades verdes entre los colores de la piedra, el ladrillo y la cal. Una estela romana junto con otros restos y utensilios se exponen en este improvisado museo. Una fuente cuadrada en el centro pone el colofón a este entorno.
Y salimos para tomar aire en el idílico jardín que rodea el convento por el norte. El paisaje ayuda a la contemplación y las muchas huertas que se extienden a nuestros pies recuerdan el contacto con la tierra siempre presente en la vida de los frailes descalzos.
Es muy amplio y no le falta detalle alguno; entre los muchos rincones y apartados podremos encontrar alguno a nuestra medida. La curiosidad nos incita a seguir las veredas marcadas en el suelo, una de ellas nos conduce a la parte trasera del edificio, donde vemos como el conjunto está encajado en la tierra. En la esquina sudeste hay un gran escudo de la orden con dos inscripciones.
Para una completa información es imprescindible la lectura detenida de la obra “El Palancar de la Descalcez Franciscana”, de Fray Hipólito Amez Prieto O.F.M. En él se relatan con todo lujo de detalles los pormenores constructivos e históricos del Palancar y una extensa biografía de Fray Pedro de Alcántara.
FUENTE: Rutas por Extremadura