Se cantan siete antífonas “O”, más como admiración que como invocación.
En ellas puede percibirse los siete dones del Espíritu Santo. Por medio de ellas se recuerda la encarnación, y por ellas la Iglesia invoca la venida de Cristo.
El es, en verdad, la sabiduría, por la que el Padre hizo todas las cosas, que vino, lleno de espíritu de sabiduría, a enseñarnos el camino de la prudencia.
Él es el Adonai que reveló su nombre a Moisés, que dio la ley en el Sinaí, que vino, lleno de espíritu de inteligencia, a redimirnos.
Él es la raíz de Jesé, que se alzó como bandera de los pueblos, al mismo tiempo que, por el signo que por el signo de la cruz quiso ser adorado en todo el mundo: que, lleno del espíritu de consejo, vino a liberarnos.
Él es la llave de David, que abrió los cielos a los justos, cerró el infierno, y, lleno del espíritu de fortaleza, vino a sacar a los que se encontraban encadenados en la cárcel.
Él es el Oriente y el Sol de justicia, que vino a iluminarnos con el espíritu de ciencia.
Él es el Rey de las naciones y la piedra angular, que lleno del espíritu de piedad, vino a salvar al hombre.
Él es el Emmanuel que viene a nosotros por medio de Israel. Él es el que, lleno del espíritu de temor, vino a salvarnos concediendo a todos el don del amor.
Cuando son doce las antífonas “O” que se cantan, entonces se hace memoria de los doce profetas escogidos para anunciar el advenimiento de Cristo.
Honorio de Autún (s. XII), Gemma animae, Libro III Cap. V. P.L., t. 172, col. 644
FUENTE: Mozarabía